sábado, 28 de diciembre de 2013

La represión de Stalin


La represión del estalinismo sepultó (en muchos casos, en sentido estricto) autores y obras que no encajaban en los postulados oficiales. Otra cara de aquella tragedia es la de los escritores que sobrevivieron, que no pudieron publicar lo que querían y escribían para el cajón mientras asistían a las tediosas, ritualizadas e inquisitoriales reuniones de la Unión de Escritores de la URSS. 

Ese mundo es el que describe Borís Yampolski (1912-1972) en Asistencia obligada (Ediciones del Subsuelo), primer título de este autor que aparece en España. Son, como dice su traductor y editor, Enrique Fernández Vernet, «los bajos del iceberg». 

La historia del libro, como la de tantos otros en la URSS, es azarosa. El manuscrito inconcluso fue retomado por el amigo y colega de Yampolski, Ilyá Konstantínovski. El resultado es un libro a cuatro manos en el que coinciden dos estilos muy distintos. «Yampolski tiene un lenguaje muy rico, con una adjetivación muy matizada y precisa, y Konstantínovski simplemente levanta acta, acota los fragmentos y opina, a veces demasiado», dice Fernández Vernet. 

Asistencia obligada, que no es una novela, sino –dice su traductor– «una tentativa de investigación literaria», muestra, entre otras cosas, el miedo de los escritores a caer en desgracia. El miedo, incluso, de los escritores oficiales y favorecidos por el régimen, como cierto preboste de las letras que, pese a su alto estatus social, no duerme tranquilo, pendiente de los coches que pasan. 

El texto muestra también el sometimiento (la traición de los intelectuales a sí mismos) y la monumental hipocresía de un sistema en el que, como se dice en el libro, los villanos escriben de la villanía y los delatores se especializan en ensalzar la gentileza y el amor al prójimo.

 Lo malo de aquel sistema, se dice también, es que, mientras en Occidente los malos escritores no cerraban el paso a los buenos, en la URSS, donde el Gobierno administraba el papel para los libros, sólo se publicaba a los escritores oficiales, no a los de verdad, a los espíritus libres. 

¿Nos hemos perdido en Occidente mucha literatura de los años del estalinismo y siguientes? «Es imposible saber si nos hemos perdido grandes obras, aunque yo diría que sí, que por fuerza tiene que ser así. Pero tampoco es imposible que sigan apareciendo. Creo que esto no ha hecho más que comenzar y, a punto de cumplirse 30 años desde la Perestroika, irán aflorando más cosas», dice Fernández Vernet. 

«El sistema no mató toda creatividad. Lo que sí logró fue disuadirla, no premiarla, no publicarla, perseguirla. Un crítico literario ruso lo denominó sistema de estrangulamiento». 

El caso es que en la URSS, donde, como dice Fernández Vernet, «la literatura era un sacerdocio», siempre hubo autores dispuestos a denunciar aquella situación, aunque fuera en folios destinados a no imprimirse, ni siquiera a salir del cajón. Y si el libro de Yampolski fue salvado por su amigo Konstantínovski, el propio Yampolski se ocupó de divulgar la obra de otros colegas y amigos caídos en desgracia, como Yuri Olesha o Andréi Platónov. 

De hecho, el volumen ahora publicado en España contiene el texto Último encuentro con Vasili Grossman. En él se narra una charla entre Yampolski y un Grossman acabado que malvive en un piso con micrófonos ocultos y al que acaban de secuestrar su gran novela Vida y destino.

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